miércoles, 2 de mayo de 2018

Quienes aman a los pobres son ricos (Segunda parte)




   La otra cara de la misma moneda se hace visible cuando nos damos cuenta de que el ayudar a los más desfavorecidos jamás cae en saco roto. No solo colaboramos en la creación de un mundo mejor, sino que hacemos posible que los más pobres entre los pobres tenga acceso a bienes tan elementales como la alimentación, el agua corriente o la educación. Pero además esas personas a las que tendemos una mano nos devuelven el favor multiplicado por mil.

   En primer lugar porque nos ayudan a salir de nosotros mismos, a ser menos materialistas y a que estemos menos aferrados a las cosas. Pero además a los que somos creyentes nos ayudan a crear un pequeño tesoro en el cielo, en el sentido en el que Jesús nos enseñó:  a no acumular bienes materiales en la tierra donde la polilla y la carcoma los destruyen. Deberiamos, según Jesús acumular bienes en el cielo donde nada ni nadie pueden destruirlos.

   Desde luego no es poco lo que los más desfavorecidos hacen por nosotros, no solo nos liberan de nosotros mismos sino que nos ayudan a acumular bienes en el cielo.

   Por eso quienes aman a los pobres son ricos, independientemente de su cuenta bancaria o de su patrimonio, son ricos porque son dueños de si mismos, sin ningún tipo de esclavitud que los ate a su dinero, sino que además poseen bienes para la vida eterna.

   ¿Cómo podemos ayudar a nuestros hermanos más necesitados? Pues de muchas maneras, desde apadrinando un niño (por cierto, con la crisis que hemos sufrido en España durante los últimos años ha descendido notablemente el número de niños apadrinados y los donativos a entidades benéficas, siendo los más pobres entre los pobres doblemente perjudicados, ya que no solo han sufrido la crisis en sus propios países sino que además han visto disminuidos los donativos que recibían), hasta hacer aportaciones puntuales o regulares a ONGs.

   Para los que somos creyentes, otra forma de ayudar a los más pobres es rezar cada día por ellos, para que Dios nos muestre el camino que debemos seguir para que cuanto antes el hambre en el mundo sea historia.

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martes, 24 de abril de 2018

Quienes aman a los pobres son ricos (Primera parte)




   Desde hace un par de años tengo un pequeño libro sobre biografías de santos. Hay una página para cada día del año, y en ella viene resumida la vida del santo del día.[i]

Un hecho que me llamó mucho la atención es que desde épocas antiquísimas las personas que gozaban de una mejor situación económica solían ayudar a diario a aquellos que no tenían su suerte y vivían en la más absoluta de las pobrezas. Así lo hicieron reinas como Santa Isabel de Portugal, Santa Margarita de Escocia o Santa Isabel de Hungría, a quien se le conoce como la servidora de los pobres y enfermos. Otros santos amantes de los pobres provenían de la nobleza, como San Francisco Javier, y otros de la alta burguesía, como es el caso de San Francisco de Asís.

   Esa sensibilidad de los que tienen mucho hacia los que no tienen nada continúa en nuestros días con las obras benéficas financiadas por magnates, como es el caso de los fundadores de Facebook o de Inditex, por citar solo un par de ejemplos de los muchos que hay.

   Es encomiable y comprensible que personas que tanto tienen sean muy generosos a la hora de ayudar a los más desfavorecios, pero lo que yo me pregunto es ¿cómo colaboramos los que sin ser millonarios tenemos, lo que antes se decía un buen pasar? Es decir, ¿qué podemos y debemos hacer los que tenemos un sueldo, una casa, un coche? Podríamos pensar que ya hacemos bastante con ir tirando, con lo cara que está la vida, y la crisis, y los recortes…

   Pero yo no me conformo con esa respuesta. Y no me conformo porque como buena marisabidilla que soy, muchas veces meto la pata. Una de esas veces, es cuando entre burlona y un poquito harta corregía a los que cuando les hablaba de Brasil (país donde voy una vez al año por amor), siempre había quien me decía “¿Y no te da miedo la violencia que hay allí? ¿Y no tienes miedo de que te atraquen en un país que hay tanta pobreza? Es que claro, en Brasil ya se sabe, solo hay ricos o pobres, no hay clase media”. Ese tópico de que en Brasil no hay clase media, me sonaba siempre a documental pseudocientífico, a cantinela que repetían como loros (de Brasil J) quienes jamás habían visitado tan bonito país. Yo, después de reirme siempre los corregía diciéndoles que no, que Brasil es muy grande, que tiene mucha población, que tiene mucho de todo:  muchos ricos, muchos pobres, pero sobre todo muchísima clase media. Que es como España, por ejemplo.
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   Hasta que el año pasado viendo un reportaje sobre Brasil en la televisión, la presentadora, una periodista de Sao Paulo, hacía mucho hincapié en el hecho de que si, efectivamente, Brasil es un país en el que o eres rico o eres pobre. No hay medias tintas. Y de esa no me podía burlar porque conocía su país mejor que yo, claro.

Y entones fue cuando me caí del caballo. Me di cuenta de mi ceguera. Tan solo no me había equivocado en una cosa, y es en el hecho que he escrito un poco más arriba. Que en Brasil hay mucho de todo, como en España. Pero me equivocaba en no darme cuenta de que tanto en Brasil como en cualquier parte del mundo, no hay medias tintas: o eres rico o eres pobre. Solo que yo no me había dado cuenta de que para los que no tienen nada o tienen muy poco, todos los demás tenemos mucho, mucho, muchísimo. Si tienes un trabajo que te permite comer y tener una casa ya eres rico. Si no vives en una favela (que traducido viene a ser chavola mas o menos, y que en definitiva es una casita construida ilegalmente en terreno ocupado, o mejor dicho okupado) eres rico. Y ni te digo si tienes un coche o una moto. O coche y moto y bici. Y si te puedes permitir unas vacaciones una vez al año. Entonces eres requeterico.

   Y es que los brasileños, y todos los que me recordaban que en Brasil solo hay pobres o ricos tienen razón. Porque el que no es pobre es rico. Eso de la clase media es una patraña que nos inculca la sociedad de consumo para que nos sintamos desgraciados por no poder tenerlo todo, absolutamente todo. Y hacernos creer  que  por no tenerlo todo ya no tenemos nada. Y ser unos desagradecidos por no dar todos los días gracias a Dios por tener trabajo y casa y comida. Y cuando no tienes trabajo tienes familia o amigos que si lo tienen y te ayudan. Y si no tienes familia o amigos en mejor situación que la tuya tienes una parroquia al lado con una oficina de Cáritas en la que te van a ayudar. O tienes una ONG o un asistente social que te va a proporcionar ayuda para que sigas adelante hasta que tu situación mejore. Porque vives en un país rico (con todos sus defectos y casos de corrupción) pero rico, en el que hace muchísimos años que afortunadamente nadie muere de hambre.

   Y esto hace que me plantee que puedo hacer yo por los que no tienen nada. Por los pobres. Ya se que no soy reina ni santa ni noble, ni si quiera magnate, pero como otros muchísimos millones de personas me ha tocado la gran suerte de estar al otro lado de la frontera. La frontera que separa a los pobres de los ricos. Y no ser pobre ya implica que tengo una responsabilidad y una obligación moral con los que si lo son.

  

    l







[i] 1 (Un santo para cada día, 2015)

El hambre en el mundo


Assorted Berries on Bowl

  
En el año 2030 la FAO cree que será posible erradicar el hambre en el mundo. Mientras tanto cada día mueren miles de personas a causa del hambre. Según la fuente que se consulte las cifras varían, ya que cada una tiene en cuenta diferentes parámetros. Así, unas nos dicen que 24000 personas mueren al día de hambre o por causas relacionadas con el hambre, mientras otras nos dicen que 800 millones de personas pasan hambre en el mundo.
  Se consulte la fuente que se consulte, las cifras son aterradoras, y hacen que nos planteemos muchas cosas a los que vivimos en los llamados países ricos.
  Por un lado, está claro que algo anda mal en el mundo. Todos somos conscientes del desigual reparto de la riqueza, y de que esas desigualdades tan flagrantes se deben a cuestiones macroeconómicas, en las que nosotros, ciudadanos de a pie, poco o más bien nada podemos hacer.
  Pero por otro lado, si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que todos ponemos nuestro granito de arena en el fomento y perpetuación en el desigual reparto de la riqueza, y sobre todo de la comida. Desde el desperdicio de alimentos, que o bien son destruidos antes de llegar al consumidor final o bien van a parar directamente a la basura, a la actual epidemia de obesidad que padecen tanto niños como adultos.
  Ante esta situación lo normal es plantearse que si somos parte del problema, también podemos ser parte de la solución. Y si es cierto que nada podemos hacer en cambiar la economía a nivel mundial, también es cierto que si podemos hacer bastantes cosas para mejorar la existencia de muchas personas que padecen mueren de hambre.
  En mi opinión el primer paso es despertar nuestras conciencias. Darnos cuenta de que el hambre es una terrible tragedia que está aconteciendo en nuestro mundo y en nuestros días. Ese paso es bastante fácil. Basta con ver algunos anuncios publicitarios en la televisión de ONGs como Save the Children, Unicef, Manos Unidas, Cáritas, etc. para que se nos encoja el corazón.
  El segundo paso es reconocer que solucionar el problema del hambre es cuestión de justicia. No es solo filantropía o caridad cristiana. Es justicia. Porque simplemente ha sido cuestión de suerte haber nacido en España o en cualquier país desarrollado y haber nacido en una aldea de Africa donde no hay comida.
  El tercer paso es reflexionar sobre qué puedo hacer yo para ayudar a esas personas que pasan hambre, y que incluso mueren por su causa. Personalmente creo que la mejor opción para todos aquellos que nos vemos incapaces de coger la maleta e irnos a colaborar en un país en vías de desarrollo es colaborar económicamente. Y estoy convencida de que con cada pequeña aportación contribuimos a la construcción de un mundo más justo, de un mundo mejor. De la misma manera que reciclamos a diario los envases de plástico, el vidrio y los papeles que ya no nos son de utilidad porque estamos convencidos de que un pequeño gesto significa mucho, el colaborar con aportaciones económicas por pequeñas que sean supone un gran paso hacia un reparto más justo de los bienes de la tierra.

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