Desde hace un par
de años tengo un pequeño libro sobre biografías de santos. Hay una página para
cada día del año, y en ella viene resumida la vida del santo del día.[i]
Un hecho que me llamó mucho la atención es que desde épocas
antiquísimas las personas que gozaban de una mejor situación económica solían
ayudar a diario a aquellos que no tenían su suerte y vivían en la más absoluta
de las pobrezas. Así lo hicieron reinas como Santa Isabel de Portugal, Santa
Margarita de Escocia o Santa Isabel de Hungría, a quien se le conoce como la
servidora de los pobres y enfermos. Otros santos amantes de los pobres
provenían de la nobleza, como San Francisco Javier, y otros de la alta
burguesía, como es el caso de San Francisco de Asís.
Esa sensibilidad de
los que tienen mucho hacia los que no tienen nada continúa en nuestros días con
las obras benéficas financiadas por magnates, como es el caso de los fundadores
de Facebook o de Inditex, por citar solo un par de ejemplos de los muchos que
hay.
Es encomiable y
comprensible que personas que tanto tienen sean muy generosos a la hora de
ayudar a los más desfavorecios, pero lo que yo me pregunto es ¿cómo colaboramos
los que sin ser millonarios tenemos, lo que antes se decía un buen pasar? Es
decir, ¿qué podemos y debemos hacer los que tenemos un sueldo, una casa, un
coche? Podríamos pensar que ya hacemos bastante con ir tirando, con lo cara que
está la vida, y la crisis, y los recortes…
Pero yo no me
conformo con esa respuesta. Y no me conformo porque como buena marisabidilla
que soy, muchas veces meto la pata. Una de esas veces, es cuando entre burlona
y un poquito harta corregía a los que cuando les hablaba de Brasil (país donde
voy una vez al año por amor), siempre había quien me decía “¿Y no te da miedo
la violencia que hay allí? ¿Y no tienes miedo de que te atraquen en un país que
hay tanta pobreza? Es que claro, en Brasil ya se sabe, solo hay ricos o pobres,
no hay clase media”. Ese tópico de que en Brasil no hay clase media, me sonaba
siempre a documental pseudocientífico, a cantinela que repetían como loros (de
Brasil J)
quienes jamás habían visitado tan bonito país. Yo, después de reirme siempre
los corregía diciéndoles que no, que Brasil es muy grande, que tiene mucha
población, que tiene mucho de todo:
muchos ricos, muchos pobres, pero sobre todo muchísima clase media. Que
es como España, por ejemplo.
Hasta que el año
pasado viendo un reportaje sobre Brasil en la televisión, la presentadora, una
periodista de Sao Paulo, hacía mucho hincapié en el hecho de que si,
efectivamente, Brasil es un país en el que o eres rico o eres pobre. No hay
medias tintas. Y de esa no me podía burlar porque conocía su país mejor que yo,
claro.
Y entones fue cuando me caí del caballo. Me di cuenta de mi
ceguera. Tan solo no me había equivocado en una cosa, y es en el hecho que he
escrito un poco más arriba. Que en Brasil hay mucho de todo, como en España.
Pero me equivocaba en no darme cuenta de que tanto en Brasil como en cualquier
parte del mundo, no hay medias tintas: o eres rico o eres pobre. Solo que yo no
me había dado cuenta de que para los que no tienen nada o tienen muy poco,
todos los demás tenemos mucho, mucho, muchísimo. Si tienes un trabajo que te
permite comer y tener una casa ya eres rico. Si no vives en una favela (que
traducido viene a ser chavola mas o menos, y que en definitiva es una casita
construida ilegalmente en terreno ocupado, o mejor dicho okupado) eres rico. Y
ni te digo si tienes un coche o una moto. O coche y moto y bici. Y si te puedes
permitir unas vacaciones una vez al año. Entonces eres requeterico.
Y es que los
brasileños, y todos los que me recordaban que en Brasil solo hay pobres o ricos
tienen razón. Porque el que no es pobre es rico. Eso de la clase media es una
patraña que nos inculca la sociedad de consumo para que nos sintamos
desgraciados por no poder tenerlo todo, absolutamente todo. Y hacernos
creer que por no tenerlo todo ya no tenemos nada. Y ser
unos desagradecidos por no dar todos los días gracias a Dios por tener trabajo
y casa y comida. Y cuando no tienes trabajo tienes familia o amigos que si lo
tienen y te ayudan. Y si no tienes familia o amigos en mejor situación que la
tuya tienes una parroquia al lado con una oficina de Cáritas en la que te van a
ayudar. O tienes una ONG o un asistente social que te va a proporcionar ayuda
para que sigas adelante hasta que tu situación mejore. Porque vives en un país
rico (con todos sus defectos y casos de corrupción) pero rico, en el que hace
muchísimos años que afortunadamente nadie muere de hambre.
Y esto hace que me
plantee que puedo hacer yo por los que no tienen nada. Por los pobres. Ya se
que no soy reina ni santa ni noble, ni si quiera magnate, pero como otros
muchísimos millones de personas me ha tocado la gran suerte de estar al otro
lado de la frontera. La frontera que separa a los pobres de los ricos. Y no ser
pobre ya implica que tengo una responsabilidad y una obligación moral con los
que si lo son.
l
[i] 1 (Un santo para
cada día, 2015)